Nombre:
Francisco Javier Silva
Origen:
Almendralejo (Badajoz)
Identidad:
Poeta, narrador...
Enlaces:
Contacto
Francisco Javier Silva, nace en Almendralejo, el 22 de noviembre de 1961, a la una de la madrugada, en el nº 2 de la calle Murillo. Sus padres son Adriano Silva González y Francisca Sánchez Ruíz.
A los trece años descubrió su pasión por la literatura, atreviéndose a escribir sus primeros poemas.
Estudió Bachillerato en el Instituto Carolina Coronado, en su ciudad natal, donde a los diecinueve años consigue el Primer Premio del II Certamen de Poesía “Matilde Fernández”. También comienza a colaborar en diversas revistas literarias, como “Hojas Sergas”, dirigida por el “contador de historias” almendralejense Manuel Rodrigo.
Sin embargo, la muerte de su madre rompe sus comienzos literarios y su entrada en la INEF para estudiar la carrera de profesor de Educación Física.
Tiene que empezar a trabajar para ayudar al sostenimiento de una familia con las faltas de su padre y madre. Al principio lo hace en trabajos agrícolas temporales, para finalmente hacerlo en un almacén de distribución de droguería y perfumería, en calidad de jefe de almacén, hasta su cierre en 2010.
Todas estas circunstancias llevan aparejado el abandono de la escritura, hasta que en el 2002, la participación en el Foro Literario Sensibilidades del escritor madrileño Luís Enrique Prieto, sus consejos y enseñanzas, contribuyen decisivamente a recuperar y enriquecer su capacidad creativa.
Desde entonces no ha dejado de escribir, obteniendo diversos premios por sus escritos.
Actualmente, y debido a una enfermedad cardiovascular, desarrolla su trabajo profesional como personal de la limpieza viaria en S.C.L. Minusbarros, un centro especial de empleo en el que todos sus trabajadores tienen algún tipo de discapacidad.
Antologías
http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/noticia.asp?pkid=59216
http://www.hoy.es/pg060627/prensa/noticias/Prov_Badajoz/200606/27/HOY-PBA-108.html
http://www.hoy.es/20080216/villanueva/almendralejense-gana-primer-premio-20080216.html
http://colectivoataecina.blogspot.com/2009/11/normal-0-21-false-false-false.html
La eternidad
La puerta estaba cerrada, llena de óxido. Los restos de pintura, descascarados y hendidos, hacían suponer que condensaban en sus bordes imperecederos fragmentos del paso del tiempo.
Su trémula mano buscó en el bolsillo la llave, áspera y fría, y la encajó en la cerradura. Un chasquido estrepitoso sonó como un eco, golpeando sus oídos, y un olor nauseabundo y húmedo le envolvió como un impalpable velo. Solo un pasillo en penumbras le estaba esperando al otro lado. Al fondo del mismo se abrían, impávidas, unas lóbregas escaleras. Cuidadosamente comenzó a bajar los peldaños. A medida que descendía, el sonido de unas gotas cayendo del techo engullía el rumor de la agitación del ir y venir de la gente en las calles, hasta que sólo el ruido de sus pasos aguantó la desolación profunda del silencio.
Sintió un sudor frío atropellando su frente, el pecho dolorido, las piernas vacilantes, confundiéndose con el cansancio y con la sensación incierta de estar sosteniendo un enorme peso.
Descendió hasta llegar a una habitación pequeña y fría, de paredes de rasilla rojiza y pilares desnudos. Las irregularidades del suelo le hicieron perder el equilibrio y su cuerpo cayó entre escombros y restos de cristales rotos. Se levantó rápidamente. Se oprimió la palma de la mano con un pañuelo. Al caer entre los cristales, se había hecho un corte profundo.
Le ardía el pecho de dolor.
Escudriñó la habitación con la mirada, reparó en la suciedad y en el desorden. Montones de trastos cubiertos de un polvo negruzco se acumulaban por todas partes. Había botellas de licor barato esparcidas en un rincón, monedas teñidas de un ligero color mostaza, pedazos de pan desmenuzados, quizás por los dientes de hambrientos roedores.
Inmundo, así era como se sentía.
Pensó en que su vida había sido un desastre. Durante un momento, sus pensamientos casi podían ver los delgados hilos de su existencia hormigueando entre los escombros, la suciedad y los cristales rotos.
Por un instante fugaz, asomaron algunas lágrimas a sus ojos cerrados. Experimentó incertidumbres, emociones casi desconocidas para él, mientras hojeaba el libro de los recuerdos. Sonrió al ver los ojos lánguidos y las mejillas regordetas del niño que jugaba en el parque. Se estremeció adivinando los nombres de las sombras escondidas al abrigo del viejo roble.
Después las hojas fueron pasando velozmente entre inviernos y brotes de primavera.
Al abrir los ojos, la claridad de las paredes le cegó. Podía ver, a su través, la calle. Contempló la belleza de los árboles circundantes, matizados con los intensos tonos del otoño. Observó la silueta que se recortaba entre ellos. El hombre se desplomó con un gemido ahogado. Los movimientos violentos de su cuerpo fueron cediendo hasta que cesaron por completo. La sirena de la ambulancia ululó con un sonido suave que súbitamente se apagó.
Y de nuevo la oscuridad.
Corrió escaleras arriba. Necesitaba ayuda. Sin embargo, a medida que subía los peldaños, tuvo la impresión de que todo desaparecía: las escaleras, el pasillo, la puerta... Era como si el dolor, como si el peso y sus piernas vacilantes, se hubieran quedado atrás, en la habitación. Notó como la piel, sus huesos, todo su cuerpo perdían consistencia dejándolo desnudo, convertido en una fantasmal luz blanca. Advirtió como otras fantasmales luces blancas pululaban a su alrededor.
Y comprendió, con esa certidumbre de vacío que da la oscuridad, que la eternidad sólo era un arañazo de olvido en la insensible lejanía de la vida.
POR QUÉ MOTIVO MI CORAZÓN
“Tu corazón de lluvia largamente
aprendido del aire y de la rama
¿hacia qué espacios va,
sobre qué viento?”
Carlos Barral
¿Por qué motivo mi corazón quiere huir
cuando la memoria y los días
pierden su sentido,
y corre a refugiarse en la buhardilla
donde ya nunca subimos,
mientras mira por la ventana, con temor,
como las mañanas ya no traen el canto del gallo
ni el olor a pan recién hecho,
y solo lo mueve el chasquido mecánico
de un marcapasos que únicamente habla con su sombra,
por qué razón se queja con gritos ocultos
en mi voluptuoso pecho
y luego se disuelve en hebras de oscuridad
que engullen todos los insomnios,
por qué envite olvida los rostros, las mujeres,
los niños,
las frutas hacinadas en la cocina,
y no me reconoce
ni se detiene a contarme mi historia ni mis sueños,
humectándolos en ebrias menstruaciones
sobre este ejercicio diario de vivir?
Quizás porque me vencen los plazos de la vida
y el corazón es prestado,
y al final hay que devolverlo
sin que ya nunca sepamos
sobre qué espacios seguirá buscando
el milagro de la carne.
(Del poemario “¿Dónde estarán los pájaros?)