Nombre:
Mario Peloche
Origen:
Cádiz. 1975
Identidad:
Escritor (novelista, prosista)
Enlaces:
Contacto:
twiter: @mario_peloche
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FACEBOOK: https://m.facebook.com/people/Mario-Peloche-Hernández-Escritor/100007067055439
INSTAGRAM: https://www.instagram.com/mario_peloche/
Mario Peloche Hernández nació en Cádiz en 1975, aunque ha pasado gran parte de su vida en Extremadura (la rama paterna de su familia es originaria de Cañamero), primero en Cáceres, donde transcurrió gran parte de su infancia y juventud, después en Fuente de Cantos (Badajoz), donde ha pasado tres lustros, y actualmente en Zafra. Es licenciado en Biología por la Universidad de Extremadura, y actualmente ocupa una plaza de bombero forestal. Por lo tanto, biólogo de formación, bombero forestal de profesión… y escritor de alma y corazón, como él mismo se define. Porque no le queda otra. Por culpa de las lecturas de aquel niño que leía demasiado, y que acabó convirtiéndose en un Gonzalo Suárez insignificante, en el hombre que soñaba demasiado. Porque escribir —aparte de soñar, cuñas de la misma madera— es lo que mejor sabe hacer, aunque, como él mismo se encarga de acotar enseguida, eso no signifique demasiado.
Individual:
Colectiva:
«Anochece en este rincón apartado de las Hurdes. Aquí, la noche no pinta el cielo de negro, no; aquí surge bituminosa de entre las hendiduras de las pizarras, trepa con sus dedos de brea por las sombras chinescas de jaras y coscojas; la exuda el propio humus oscuro, ahíto de acoger en su seno la carne y la sangre de los que lucharon contra él, grabando en surcos de siembra las cicatrices de su sufrimiento. Sara mira por la ventana, como tantas noches. Su hijo se ha perdido. Y aunque ni los cielos ni Dios mismo hagan caso a mis peticiones, lo recuperará. Conoce otras maneras. Conoce las normas de la tierra, los latidos de la savia, las palabras del viento. Ella forma parte de este sitio, y aquí las reglas son distintas. Se reza a los santos, por supuesto, para que se produzcan buenas cosechas, para que llueva o, si cae el agua en demasía, para que escampe. Pero eso no es óbice para que también se rece a los curanderos o, como se conocen por la zona, a los zajuriles, ni para que incluso se adore a esa misma tierra que sustenta las raíces o a las nubes preñadas de agua. Aquí, las tormentas se «jusan», se espantan o se atraen con ensalmos y conjuros. Es este un animismo sin definir como tal, atávico porque se mama con la cultura y la educación, porque se ha perpetuado de generación en generación de gente cetrina y encorvada en guerra perpetua con la tierra y el cielo. Este es un lugar sin medias tintas, oscuro y hermoso, fértil y agreste. Aquí, la naturaleza, como las dríades de los griegos, tiene aspecto de mujer, respira y camina, y tiene sus propios rezos, sus propias canciones. Como la misma noche.»
(Fragmento (versión libre) de la novela "El molino de Dios", capítulo XIII, página 165 a 167)
«...Era un rostro serenamente voluptuoso. La cabellera negra, ondulada como un mar encrespado, enmarcaba una cara ovalada, serena, de tez sonrosada, alejada de
la palidez cadavérica de las féminas de Poe. Sus labios se mostraban carnosos, brillantes, como si en el intervalo de mi pestañeo se los hubiera humedecido subrepticiamente. Pero lo que captó mi inmediata atención fueron los ojos. Grandes, ligeramente almendrados, de largas y espesas pestañas y color profundamente negro, tanto que la pupila parecía haber sido sustituida por un anillo de ébano. Daban la impresión de pozos de brea, porque parecía que el magnífico artista no había querido conferirles brillo propio, sino que por el contrario había aprovechado
el reflejo del tímido rayo de luz que casi con fervor se deslizaba por el flanco de la cara para infundirles su reflejo.»
(Fragmento del relato largo "Ojos negros sobre el Támesis", pags. 19-20)
«La letanía cesa. Las palabras dejan de aletear contra el cristal de mi frente. Languidecen en contra de mi deseo, y pienso que yo misma no tardaré en correr la misma suerte. Rebullo en el suelo, inquieta, y la costra de mugre seca que lo cubre cruje como papel viejo bajo mi falda. No. No. La letanía es solo una manera de seguir activa, de seguir viva. Es una herramienta, no es el fin. No es mi fin. Pero las palabras cada vez tienen menos sentido. Son ropa tendida al sol mil veces, deslucidas. Aunque haga mucho que yo misma no vea la luz del sol. Pero eso es lo que son, eso es lo que soy: un reflejo pálido y reticente.
Reflejo. Me giro de golpe, más crujidos de hojas bajo mi cuerpo. Miro al fondo del cuarto. Allí está, en el rincón más sombrío de esta estancia sin luz. No lo veo, pero está. Lo percibo. Si me concentro, puedo sentirlo, ahí de pie, mirándome cuando lo miro y cuando no lo hago. Sobre todo cuando no lo hago. Antes de que abra mis ojos a esta penumbra perenne que es mi día y mi noche, él ya tiene el suyo, su enorme ojo escarchado de invierno, vuelto hacia mí.
Aparto la mirada, pero aún puedo sentir la suya. Y su ansia de azogue. ¿Por qué soy yo la que está aquí encerrada? ¿Por qué, cuando solo expié sus deseos y jamás realicé los míos?»
(Fragmento de "La dama pálida”, pag.13)