Nombre:
Tomás Pavón
Origen:
Cañaveral (Cáceres)
Identidad:
Escritor, novelista, columnista...
Contacto
Tomás Pavón comenzó a escribir muy joven y en 1979 obtuvo el Primer Premio de Poesía “Residencia”.
Durante los años 80 colaboró esporádicamente en radios y periódicos y su firma comenzó a ser habitual en los fanzines de “la movida”.
De 1993 a 1996 fue columnista del periódico HOY y, al acabar este periodo, publica su primer libro, Fin de milenio, con una selección de los artículos aparecidos a lo largo de esos tres años en el rotativo extremeño más algún trabajo inédito.
Entretanto, comienza a colaborar con Manolo Ferreras en el programa La Bahía, de Radio Tres, y en 1999 obtiene una Beca de Creación Literaria de la Junta de Extremadura para la publicación de su segundo libro, El cuaderno de Corto Maltés.
De 2003 a 2006 vuelve al diario HOY con su columna Contraplano, y en esa etapa obtiene otra Beca de Creación Literaria de la Junta de Extremadura, en este caso destinada a la publicación de la novela El desván de la memoria, tras lo cual pasa a dirigir y conducir en Canal Extremadura Radio el programa de música étnica Mestizo Mundo (edición fin de semana).
En 2011, en la Feria del Libro de Cáceres, fue presentado su libro Almanaque, en el que recoge una selección de las columnas aparecidas durante su segunda etapa en el periódico HOY que aparecen ordenadas a modo de diario.
El último libro publicado hasta ahora por Tomas Pavón es El novio de Betty Boop (2015), una novela corta con ilustraciones del artista Pámpano Vaca.
OBRAS COLECTIVAS:
-Cáceres, palabras de luz. Cáceres, Ayuntamiento de Cáceres, 2008.
-Letras para crecer. Cáceres, EXTREMAYUDA y A. C. Norbanova, 2016.
PRELUDIO
El tiempo que precede a una partida suele transcurrir muy despacio. Las horas parecen alargarse indefinidamente y alrededor todo comienza a resultar impropio, lejano como el rumor de un cavaquinho.
Sólo el recuerdo puede llenar entonces la espera, la bruma de unos días que se suceden monótonos y el viajero, frente a un viejo almanaque, va contando repetidamente.
No se impacienta por ello. No se abate ni siente hastío, porque sabe que esta ruta -la del recuerdo- es la única que concluye feliz. Además, los libros que relee con desgana, los mapamundis que consulta, cualquier cosa con la que intente distraer la espera, acaba trasladándole a una edad en que los sueños eran altos y bogaban tras un vapor de lujo, uno de esos trasatlánticos al estilo del Bremen o el Queen Mary que, cada noche, surcaba la pantalla de un cine de verano.
"Por la amplitud de su eslora, se diría que es el Lusitania camino del Nuevo Mundo", pensaba, desde el patio de butacas, aquel niño que fue el viajero. Y se imaginaba tal que ahora, ya adulto, tomando una copa de brandy en el café-terraza mientras, a lo lejos, el paso de las ciudades y las gaviotas le sugeriría algún viaje placentero, algún crucero exótico por las colonias.
Otras veces era una goleta pirata, con las tibias y la calavera sobre el palo mayor, la que arrastraba sus sueños. Desde allí arriba, desde lo más alto de la gavia, ordenaba un rápido abordaje blandiendo su espada o anunciaba tierra firme mirando las playas de Maracaibo por su catalejo de cartón...
Saben a tregua los días que preceden a una partida, hay una lentitud enredada en su pulso que hace que todo resulte más distante, más ingrávido y artificioso. Incluso la vida parece suspenderse y las horas dejan tras de sí un hálito frágil que cerca poco a poco el corazón del viajero, una extraña sensación de cansancio anticipado y demora; como si, de pronto, todos los tranvías se hubieran detenido y todos los barcos hubieran zarpado para siempre.
Pasan muy lentos los días de la espera y en una pequeña ciudad un viajero hace recuento. A su alrededor, nada extraordinario acontece. La propia nada delimita los días y ahora el pensamiento va más rápido que el mundo.
(de su libro El cuaderno de Corto Maltés)
VIAJE A ÍTACA
Paseando por el Point des Arts, igual que la Maga de Rayuela, este hombre alcanzó a vislumbrar que la mendicidad constituye el proyecto personal más decente. En aquellos años, el mayo francés era un balancín suspendido en lo alto de la montaña rusa y el catecismo hippy aún prohibía la Coca cola, pero los albores de la gran resaca ya resultaban perceptibles. Él parecía un universitario avispado con una visión radical del futuro. Según su teoría, la sociedad no podría revolucionarse hasta que el capitalismo agotase, alienándola, sus reservas de confort pequeño-burgués. A pesar de ello, hizo un viacrucis postrero hasta la arteria del 68 y allí mismo optó por resistir parapetado en la indigencia.
Desde entonces, la vida pasa ante sus ojos como una sucesión de secuencias cinematográficas. También pasan ambulancias y coches fúnebres, cuerpos y almas. Él tiene establecido un itinerario fijo que va de la iglesia de un barrio alto a las traseras de un shopping center, donde duerme bajo un chamizo de cartón, y este trayecto incluye parada diaria a la altura de un comedor parroquial. Ahora mismo, su posición se halla muy próxima al sentido último de la libertad, el cual se resume en no poseer para evitar ataduras, y gracias a ello la espuma de los días serpentea siempre a la altura de su barba.
En los últimos tiempos son muchos los que se suman a esta suerte de clandestinidad voluntariamente elegida. Antiguos yuppies, ejecutivos en desahucio y gentes del Este configuran la nueva hornada de menesterosos con los que hace tertulia en las aceras y en los parques. Por lo que se ve, el muro de Berlín era una compuerta que retenía legiones de pobres y el capitalismo apuró su cicuta negociando el nuevo orden mundial. Mientras tanto, las bocas de metro se han ido llenando de pordioseros y mendigos que representan las estatuas interactivas en la performance fin de milenio.
Con todo, entre tanta desolación, aún queda hueco para la quimera y ésta palpita en los corazones entre sonsonetes de maraca. Así, algún día no muy lejano, cuando el capitalismo nos haga a todos definitivamente pobres, este hombre verá realizarse su sueño más preciado y, al fin, podrá escapar con la chica de la valla que cada noche le invita a yogurt bajo la luz de neón de un shopping center. Tal vez ese sea su último periplo, su particular viaje a Ítaca, y con él homenajeará a toda una generación de viejos románticos en cuyo honor, antes de partir, bailarán un bolero sobre las ruinas de la modernidad.
(de su libro Fin de milenio)
ACTOR
En las ciudades del siglo XXI, por mucho que odies la televisión o el cine, te conviertes en actor con sólo pisar la calle. De esta manera, no haces más que cruzar el primer semáforo y, con el pretexto del caos automovilístico, ya te están filmando las cámaras de la Policía Municipal. Más tarde, en el trabajo, los dispositivos de seguridad seguirán tus movimientos desde lo alto del techo sin la menor reserva, y lo mismo te ocurrirá a la salida, tanto si te diriges al cajero como al hipermercado. Después, de regreso a casa, vuelta a empezar, y caso de rematar el día con un paseo, todo tu itinerario quedará grabado por los objetivos de cuantos edificios oficiales, farmacias o casas de empeño vayas dejando atrás.
En cualquier espacio urbano, las cámaras constituyen ya elementos tan naturales como omnipresentes. Durante el día, estás a un lado de las mismas; durante la noche, siguiendo un telediario o un reality, te sitúas al otro. A fin de cuentas, la actualidad no es más que eso: unos cuantos tipos filmados desde su lado malo y otros tantos que juzgan la calidad de la filmación.
Por lo demás, hay que asumir que uno ya nunca podrá renunciar a su condición de actor, aunque a día de hoy algo puede hacer aún por fijar categoría, es decir, por determinar si aparece en los créditos de la película como estrella, como secundario o como humilde figurante.
Entre los veteranos del cine, es bien sabido que el artista mejor considerado por los directores nunca fue el más esbelto, sino aquel que lograba seducir a la cámara. Sin embargo, en la vida actual, e inmersos como estamos en las guerras televisivas por la audiencia, ¿hasta dónde es preciso llegar para atraer a una cámara cualquiera, y en especial a una de esas que fiscalizan nuestros pasos en cuanto salimos a la puerta de la calle? Indudablemente, saludar con toda cortesía a tu vecino, ayudar a una anciana con la compra y este tipo de acciones cívicas no sacan a nadie de la figuración: salta a la vista que corren unos tiempos demasiado belicosos para andarse con finuras.
Por lo tanto, hay que iniciar cada maniobra con una buena dosis de saña e impudicia si quieres que los objetivos, finalmente, reparen en ti y te conviertan por unos minutos en protagonista de la actualidad. Quizás atracando un quiosco de la ONCE, o tal vez apaleando a un emigrante, o robándole el Rolex a un tiburón engominado...
Sólo así, a base de añadir mayor crueldad a la violencia del ambiente, lograrás ver alguna noche tu propia imagen dentro del televisor. A la mañana siguiente, desde las páginas de los periódicos, los picos de audiencia determinarán tu calidad como actor.
(de su libro Almanaque)