Nombre:
Manuel López Gallego
Origen:
Camelle (La Coruña) 1960
Identidad:
Filólogo, Profesor y escritor.
Enlaces:
Instagram: @manuel.lopezgallego
Twitter: @m_lopezgallego
Contacto
Nací en Camelle (La Coruña). He vivido en Villanueva de la Serena, de donde es mi familia. Desde 1990 resido en Villafranca de los Barros.
He cursado estudios de Magisterio en Badajoz y Filología Hispánica en Cáceres.
La mayor parte de mi labor como profesor la he desarrollado en el IES Arroyo Harnina de Almendralejo.
-Premio de la Asociación de la Prensa de Badajoz. (1996)
-Premio Leer es vivir de novela juvenil. Editorial Everest. (2006)
-Premio Villa de Pozuelo de Alarcón de Novela juvenil. (2010)
-Premio Diputación provincial de Córdoba de novela juvenil. (2013)
Para adultos:
-La puerta del palacio. Diputación provincial de Badajoz. 1996
-El equilibrista (relatos). Diputación provincial de Badajoz). 2001
-Estaciones del Sur. Libros del Oeste. 2005
-El río del lobo. Editora Regional de Extremadura. 2009
-Novena de San Matías (relatos). Diputación Provincial de Badajoz. 2011
Literatura juvenil:
-El alma del bosque. Editorial Algar. 2007
-La manzana de Marco Polo. Editorial Everest. 2011
-El naufragio. Editorial Algar. 2013
-El poeta y la muerte. Editorial Utopía. 2015
-Viento Azul. Editora Regional de Extremadura. 2018
-El final del camino. Editorial Edebé. 2019
El pueblo se veía a lo lejos. Una mancha blanca en medio del campo vacío, como un caparazón de tortuga rodeado de un desierto con varias tonalidades de color marrón, los claros y oscuros de las tierras de labor. Abrí la ventanilla de mi puerta y sentí el calor intenso de la hora de la siesta, el campo en silencio, solo alterado por el canto insistente de una cigarra que yo no sabía dónde se encontraba. Cerré con rapidez para volver a instalarme en la comodidad del climatizador del coche de mamá. No nos cruzamos con ningún otro vehículo en ese trayecto de tres kilómetros, ni vimos a ninguna persona cuando llegamos a las primeras calles del pueblo. El aspecto que ofrecían era desolador. Eran estrechas y las aceras tan pequeñas que una persona tendría que haberse pegado a la pared al paso de nuestro coche. Eso, en el caso de que hubiera alguien por la calle. Todo estaba solitario y las puertas de las casas permanecían cerradas a cal y canto. Parecía que una epidemia hubiera borrado todo signo de vida de aquella población y hubiera obligado a huir a los pocos habitantes que quedaran en ella.
La manzana de Marco Polo