Nombre:
Fanny Koma
Origen:
Fregenal de la Sierra (Badajoz) 1987
Identidad:
Administrativa y novelista.
Blog y otras RRSS:
Instagram: https://www.instagram.com/fanny_koma/
Twitter: @FANNYKOMA
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Fanny Koma vive en un pequeño pueblo del sur de Extremadura, Fregenal de la Sierra, junto con su marido y su hija Daniela: su mayor pasión. Es muy familiar y amiga de sus amigos. No puede vivir sin las personas que la rodean, son el motor de su mundo y la fuerza que necesita.
Apasionada de la música, es de las que opina que para cada momento de nuestras vidas existe una banda sonora. Siempre que dispone de tiempo, le encanta sumergirse en las páginas de un buen libro. Sin su entusiasmo por ellos, nunca hubiera descubierto este maravilloso mundo de la escritura y la necesidad de contar historias increíbles.
Una romántica empedernida, jamás imaginó llegar tan lejos el día que descubrió que podía crear historias y comenzó lo que se convirtió en su primer relato. Su aventura comenzó en 2014 cuando se presentó a un concurso y lo ganó. A raíz de ahí fue conociendo a personas maravillosas que la ayudaron a conocer en profundidad este maravilloso universo. Con varios relatos más publicados, ese mismo año comenzó la que sería su primera novela: Títere sin cuerdas. Se trata de una historia que le absorbió por completo y en la que dio rienda suelta a todo lo que escondía en su interior. Posteriormente, el sello Zafiro de la editorial Planeta reeditó Títere sin cuerdas en digital con contenido extra. Detrás de esta historia hay muchas más deseando ver la luz.
Ganó un concurso de relatos con su historia Verde que te quiero verde y participó en una antología con varias autoras de romántica.
No pude seguir hablando de la emoción. Esto era demasiado. Al parecer me conocía mejor que yo.
—Ven, tranquila —comenzó a decir mientras intentaba abrazarme, no me había dado cuenta de que estaba sentado ya en el sofá conmigo.
—¡No! —lo paré echándome hacia atrás—. No, por favor, no me abraces, no te acerques más —dije levantándome, necesitaba aire. Abrí un poco la ventana y me apoyé en ella. Agradecía que siguiera sentado, no podía ni mirarlo, pero estaba claro que necesitaba una explicación convincente. Pasó un tiempo hasta que hablé—. Necesito que me prometas algo antes de que te cuente.
—No te prometo nada —lo sentí tras de mí, pero no me tocaba. Poco a poco me fui dando la vuelta. Tenía una expresión de querer leer dentro de mí, sus ojos estaban casi cerrados y su mandíbula seguía apretada—. Y menos sin saber el qué.
—Te cuento lo que quieres saber —o casi, pensé— y te olvidas de mí para siempre. Es lo único que puedo hacer.
Torció el labio en un amago de sonrisa, irónica al parecer. Yo no le veía la gracia por ningún lado, a ver si me contaba el chiste. Se dio la vuelta y se sentó en el borde del sillón, poniendo así su tobillo derecho en la rodilla izquierda y cruzándose de brazos. Al parecer no había perdido su chulería innata.
—¿Y si te lo cuento yo? Así no habría trato, ¿no? —comentó con arrogancia.
Mi primera reacción fue de sorpresa y por su expresión, eso le divirtió. No era muy buena controlando mis sentimientos pero, ¿qué probabilidades había de que acertara? Sí, me conocía muy bien y sí, era muy listo, pero ni por asomo daría con toda la verdad, aunque podría acercarse. Tendría que estar preparada.
—No sé qué pretendes ni a qué estás jugando, porque para mí esto no es un juego, pero sorpréndeme.
—Ese es tu problema, te crees que todo el mundo juega contigo.
—Tengo motivos para creerlo —dije con ironía y con bastante rabia—. En realidad, muchos motivos para creer que soy un maldito títere sin cuerdas de todo cuanto me rodea. Y ahora, al parecer tú también decides hacerlo. Hace años que dejé de confiar en las personas, sobre todo en los hombres. No soy la que era, eso te lo aseguro, de hecho no creo que te guste la mujer que soy ahora —por fin comenzaba a sacar el genio para poder enfrentarme a él. El quid estaba en que no se acercara.
—Yo no estoy jugando contigo —aseguró y parecía sincero—. Sí, has cambiado. Yo también, todos, pero déjame a mí decidir lo que me gusta y lo que no.
Ya no tenía ganas de aire, un escalofrío me recorrió entera. Cerré la ventana y cogí la silla que había al lado de la cama y me senté frente a él a una distancia cómoda para mí. No había mucho que pudiera hacer más que escuchar lo que iba a decirme. Cuando vio que ya no me movía, comenzó a hablar.