Nombre:
Manuel Garrido Hernández
Origen:
Badajoz. 1972
Identidad:
Escritor.
Enlace:
https://infmax6.wixsite.com/pardalessinteja
Contacto
Manuel Garrido Hernández (Badajoz, 1972) se inicia en el mundo de la escritura con la edición de los blogs Pardales sin teja y Zai Saman. Es autor de dos novelas: Playlist (Samarcanda), presentada en junio de 2015 en el Ateneo de Sevilla y Pardales sin teja (2018).
Ha participado, entre otros, en el taller de Escritura Creativa Superior de Carmen Posadas y en el taller Hay poca elipsis now, con la escritora Sara Mesa.
Manuel Garrido es ganador de los concursos de narrativa breve FECOGA, 2012 y El placer de escribir (Planeta DeAgostini), 2013. En 2019 resulta finalista del IV Concurso Internacional de Relatos Cortos Ciudad de Sevilla.
Ha trabajado en el departamento de prensa y comunicación de Editorial Renacimiento.
- Primer premio Concurso de Relatos Cortos de Gastronomía, organizado por la Federación de Cofradías Gastronómicas del País Vasco, con el relato «Velis nolis».
- Primer premio Concurso de Narrativa Breve El placer de escribir, organizado por Planeta DeAgostini, con el relato «El proceso de Maillard».
- Finalista IV Concurso de Narrativa Breve Ciudad de Sevilla, organizado por Lantia Publishing y Ayuntamiento de Sevilla, con el relato «Muchacha en la ventana».
- «Playlist» (Samarcanda, 2015).
- «Pardales sin teja» (autoeditado, 2018).
Los cinco clientes mantienen una mano aferrada a la barra. No se sueltan por miedo a caer a sus vacíos. Barcas carcomidas por la sal del platillo de altramuces, atracadas en un dique a punto de hundirse. Zozobran sobre la baldosa en la que quedaron varados y sus rostros capean el temporal del calendario, erosionados por el silencio. Siguen vivos porque lo dice el tensiómetro del centro de salud.
Domingo ha vuelto de una tierra lejana. Entra en los bares con precaución y el anhelo de que alguien repare en que ha llegado.
Cuando alcanza la barra, maldice la canícula que derrota al ventilador de aspas amarillentas. El aire de la taberna arropa como un tabardo viejo. Domingo reparte su atención entre el chato de vino y la pantalla de su teléfono. Esta noche se arrimó.
—Me fui siguiendo los pasos de mi hermano. Fue de los primeros que marchó al norte. A él le siguieron muchos, tantos, que fundaron el círculo de recreo El Emigrante. A la entrada de su sede plantaron una encina, por tener recuerdo de aquí. He vivido cuarenta años allí. Es un lugar hermoso, porque lo rehicieron después de las bombas. A veces marchábamos al pueblo de al lado y comíamos tortillas de bacalao y chuletones de este grosor. Un día me enrolé en un pesquero y estuve faenando cuatro años. Al volver no reconocía a mis hijos y ellos tardaron semanas en habituarse a tenerme a la mesa. Me divorcié hace tres años y volví aquí buscando a los amigos con los que jugué en estas calles. Pero unos se fueron, algunos me esquivan y otros han muerto. Aquí no tengo nada. Allí quedaron mi ex, mis dos hijos y mis cuatro nietos. Me maté para pagarles carreras. Mi hijo es ingeniero técnico industrial. Mi hija, médico. ¿Qué te agradecen? He visto una vez a mi nieta.
Mi exmujer y mi hijo viven en mi casa. Domingo diluye su resquemor en vino y se le vierten los ojos al vaso igual que la piedra se precipita en la negrura del pozo. Arranca una servilleta al servilletero, confecciona un pájaro de papel y se lo muestra al canario. Busca en su móvil fotos de la hija junto a dos niñas. De su hijo no tiene. Su mentón tiembla y la visión de las fotos flamea al bosquejarse unas lágrimas.
Todos callan a la hora del tiempo por ver si las redes de las isobaras atrapan una borrasca que propicie la preñada de la tierra. Llega Felipe, el antiguo regente del bar. Lo operaron de las tripas y se quedó en cuarenta kilos. No ha comido en dos semanas y ahora es un suspiro; una onda telefónica. Donde debería estar el ojo izquierdo tiene una cavidad azul celeste a la que da vértigo asomarse. Invita a todos a beber, porque considera que ha resucitado. Sólo Domingo agradece la invitación y le presta alguna palabra buscando el calor de la charla. Felipe no atiende y cuenta que ya se veía con el traje de pino. Enumera una lista de muertos más jóvenes que él. Los demás clientes apuntan:
— Te has olvidado de Fulanito y del pobre Menganito.