Nombre:
M. Soledad García Garrido
Origen:
Plasencia (1970)
Identidad:
Funcionaria y Narradora.
Página en Facebook:
https://www.facebook.com/soledad.garciagarrido.7
Contacto
Plasencia, 1970. Al poco de nacer emigra con su familia a Madrid, donde viven doce años hasta que regresan al pueblo familiar, Cuacos de Yuste. En 1988, se traslada a Cáceres para continuar con los estudios universitarios. Se licencia en Filología Anglo germánica, aunque descubre con el tiempo que su verdadera pasión es el estudio de la lengua española.
Trabaja como administrativo de la Junta de Extremadura, oposición que aprobó en 2002.
Aproximadamente en 2014 retoma la afición por la escritura que había dejado aparcada desde la adolescencia. Colabora en talleres literarios y participa en concursos literarios. Pueden encontrarse cuentos suyos publicados en diversas antologías como resultado de distintos premios.
Selección de este cuento en el XXII CONCURSO EL VUELO DE LA PALABRA:
LA POESÍA Y EL CUENTO EN EXTREMADURA 2019 (España)
EL TRATO
Lanzó la moneda al aire impulsándola con el pulgar. Le envidiaba a Dani la maña que se daba para resolver los problemas a cara o cruz, a todo o nada. Puede que, en realidad, no solucionara nada, sino que el mundo le importase un bledo. Tenía motivos.
Se levantó para dar más solemnidad al lance, como un ciprés en busca de Dios, mientras yo continuaba tumbado sobre la grama, fumando el último cigarro que me quedaba. Para cuando la moneda hubo alcanzado, a contrapicado, la rama más alta del platanero, sabía que yo llevaba las de perder. No voy a mentir, lo supe incluso antes. La moneda se quedó sobrevolando unos minutos, o eso me pareció, entre los tonos morados y rojizos del atardecer. El envés de las pocas hojas que se mantenían prendidas al árbol otorgaba al cuadro un aire de otoño que volvía triste a cualquiera. Me dio tiempo suficiente a evaluar los riesgos, ponerme en situación y a determinar que, si salía cruz, Dani fabricaría la peor de sus carcajadas, esa que se me enganchaba en los tímpanos y no tendría cojones a sacar en mil lunas llenas que se sucediesen.
Llevaba meses proponiéndome el trato que aseguraba que iba a transformar nuestras vidas y a unir para siempre nuestros destinos. Le ennoblecía tratar de buscar la salida del laberinto que le había tocado vivir, aunque casi nadie confiaba en que fuera capaz de encontrarla. Solo yo me ofrecía a ser su Ariadna particular, el idiota que le facilitaba el hilo necesario para espantar sus problemas. En ocasiones, llegué a creer que compartíamos algún órgano, como los hermanos siameses a los que no les queda más remedio que doblegarse ante los caprichos del otro. Y, aunque alrededor me advertían de que pusiera tierra de por medio, lo cierto era que nuestros polos, norte y sur, se atraían con una fuerza extraña. Por eso, a pesar de que sabía que no debía aceptar el trato, había insistido tanto que me costaba menos rendirme que oponer resistencia. Dani conocía mis límites, los tenía calculados al milímetro, y le encantaba escalarlos y pasar al otro lado, allí donde mi voluntad se derretía, se licuaba y dejaba de ser voluntad. No concebía el mundo conmigo sin que yo comiera de su mano.
Se me pasaba por la cabeza millones de veces mandarle a la mierda, buscar otro amigo y que él se buscara a otro imbécil que lo siguiera. Me fastidiaba el papel de perrito faldero que interpretaba día sí y día también. Pero Dani aprovechaba mis momentos de bajón para atraparme y llegué a sentir que tal vez, aquel amigo, fuera la dosis justa de droga que demandaba mi cuerpo.