Nombre:
Carlos Ceballos de Castro
Origen:
Casas del Castañar (1963)
Identidad:
Profesor y escritor.
Contacto
No hay mucho que decir: De padres y abuelas extremeños, me nacieron en Madrid, donde obtuve la licenciatura en Hispánicas y ejercí como profesor de adultos largo tiempo. Disfruté de un bienio en Guinea Ecuatorial, también impartiendo clases. En 2006 me mudo al Valle del Jerte. Dedico ocho años a la producción de cerezas en ecológico. En el 2014 me reconocen una discapacidad absoluta y en 2016, por fin, una insuficiente pensión. A mi devoción por las bellas letras quizás deba añadir mi formación en hipnosis terapéutica y en bioconstrucción. Aspiro a cocrear un centro de ayuda para gente que ha padecido abuso psicopático y narcisista intrafamiliar.
Quedé finalista, perdonen no recuerdo ya el año, en el Certaman Ángel Martínez Baigorri en Lodosa, Navarra.
Gané un premio, correría el año 2014, en San Pablo de Buceite, Cádiz, con el poema: Negra y blanca belleza.
Exceptuando algunos poemas de juventud, comencé a emborronar cuadernos ocasionalmente a partir de los treinta. La mayoría de los monstruos eran descartables literariamente. Algunos quizás no tan terroristas me motivaron a pergeñar dos libros nunca publicados: Voces de Ela Enguema, sobre asunto africano, y De cómo están los árboles en los sueños, que se enrosca en la naturaleza, bellísima como madre y como madrastra, mientras yo tropezaba y resbalaba en su ocasional destrucción. Arracimé buena parte de las composiciones de ambos libros y les añadí otro puñado de versos; relacionados unos con el acoso laboral y familiar, remitiendo otros a tipos de amor bizarros o dolientes, poco adventados, entiendo yo. De este popurrí antológico nació mi primer y único libro publicado hasta la fecha: Seis olas con un único regreso. 2016, Ed. Paralelo.
Durante doce años he seguido garabateando cuadernos. Se me ha metido en la cabeza escribir textos que refieran el abuso arriba mentado, de un modo tangencial o indirecto; porque de frente resulta más difícil. Esa intención se puede rastrear en mi segundo libro —siempre a punto de finiquitarse, ya saben—. Pretendo que coja la delantera en algún concurso.
Hospital de bosque
Escuece este jardín arrojado a su infierno.
Los hombres se empeñaron en matar
todo lo que muere
y yo me siento a sentirme un inválido,
prisionero de mi angustia,
llamada en otro tiempo cobardía.
Quiero a esos pájaros --me digo--
y no hago nada por sus nidos.
Quiero a esos árboles, dueños de sí,
altivos ante el ruido torturado
de su muerte.
Ahora adoro incluso a la maleza
que araña un grito en el verano;
a esa broza segada inútilmente
que escondía sorpresas animales.
Tantas hazañas hacia el cielo
extirpadas por una cirugía
de médicos enfermos en su afán
o de gloria o de muerte o de ser Dios,
que viene a ser lo mismo.
Cómo quisiera ser un hombre
y convertir estas ganas de llorar
en batalla.