Nombre:
Maribel Carvajal Grazina
Origen:
Mérida (Badajoz) 1970
Identidad:
Novelista.
Contacto
Nacida en Mérida el 9 de junio de 1970. Oriunda del pueblo de Calamonte.
Licenciada en Derecho por la Universidad de Extremadura, funcionaria de la Comunidad Autónoma de Extremadura.
Residente en Mérida.
Con interés en compartir el mundo literario con otras vocaciones.
EL HIJO DE LAS SOMBRAS. Ed. Kailas Histórica.
Autora: Carvajal Grazina, Maribel.
Traiciones imposibles de perdonar, pasiones irrefrenables y el deseo de venganza de un hijo por el despiadado asesinato de su padre, bucelario del rey visigodo Leovigildo, componen esta sorprendente novela.
En el año 580 de nuestra era, la felonía más hiriente se consuma: Hermenegildo, primogénito del rey visigodo Leovigildo, se subleva contra él.
En El hijo de las sombras, finalista del VIII Premio Alexandre Dumas de Novela Histórica, Maribel Carvajal muestra su maestría para combinar una documentación exhaustiva con tramas ágiles salpicadas de personajes poliédricos y contradictorios.
Publicaciones: Dos novelas históricas que retratan momentos históricos en los que la ciudad de Mérida ha tenido especial relevancia.
Actualmente, me hallo escribiendo una tercera novela que retrata los avatares de la Mérida visigoda.
La ciudad de los libros prohibidos. Maribel Carvajal. Ed. Kalias. 2019
El imperio de la religión verdadera. Maribel Carvajal. Ed. Kalias. 2019
"La ciudad de los Libros prohibidos"
Capítulo 1
Sucesos inquietantes.
"Buscamos ese espacio interno en el que descansar junto a nuestros
secretos. Su hallazgo nos hace poseedores de un gran tesoro,
nuestra morada".
Las calendas de marzo se mostraron levantiscas aquel año en el que habría de morir Nerón. Representaban días de buenos presagios, más nunca deben otorgarse certezas absolutas; burda ignorancia devienen tales aseveraciones. Así lo cantaron los poetas, en aforismos los filósofos: el destino, como los dioses caprichosos que desatienden las leyes de los mortales, ni obedecen sus deseos ni sus llantos consuela.
El duunviro Sexto Furnio Juliano se sintió en paz cuando la expedición de la que formaba parte, procedente de Roma, atravesó la puerta norte de la muralla.....
"El Imperio de la Religión Verdadera"
Capítulo 1
El Edicto de Tesalónica
Idus de julio del año 380.
Augusta Emérita, capital de Hispania.
Me llamo Afinio Nepote y he nacido para ser feliz.
No creo en nada más que en la materia, soy un epicúreo, a la mayor honra escribo tal apelativo.¡Aunque me llaman ateo cuando me quieren molestar!. A veces tampoco me gustaría ser epicúreo porque desearía no tener ataduras mentales, ser aún más libre, pero cuando leo "De la naturaleza de las cosas", que Lucrecio compuso en seis libros como homenaje a Epicuro, y cuando leo pensamientos como que <<el alma del hombre consiste en átomos diminutos que se disuelven como el humo cuando este muere>>, me parece estar escuchando a mi lengua bailar con raciocinios afines a mis juicios.
Además de epicúreo soy amigo de mis amigos. Últimamente me parten el corazón con sus enfrentamientos, yo disimulo aunque observo que, a veces, prosperan en sus corazones. Todo se acrecentó cuando al vicario anterior se le ocurrió agrupar a los paganos en un partido para defenderse mejor de los católicos, de eso hace tres años. Explicó su idea con talento, tanto que los católicos crearon otro partido para preservar sus posiciones y ganar los comicios electores en Augusta Emérita. Yo creo que fue entonces cuando empezaron a rivalizar con empeño, antes no estaban así de tuertos los unos con los otros.
La parusía incendiaba el pensamiento del obispo Idacio. Era creencia instalada en alguno de los obispados más influyentes que el advenimiento de Dios Todopoderoso no había de tardar. La fantasía de Idacio le excitaba. Gustaba perderse y hurgar en los detalles del hecho futurible más inminente. En Cartago y Alejandría sostenían que la caída de Roma sería el día escogido por el Señor para descender por segunda vez a la tierra, instalando su Reino entre los hombres para siempre; luego no estaba tan lejana la parusía. A Idacio el fin del mundo le atemorizaba tanto como morirse, creía ciegamente en la resurrección, pero lo suyo era vivir. Por fortuna no sería él quien determinaría ni su hora ni la del mundo. Sin embargo, había un recio fundamento por el que moriría gozoso: ver la cara de los paganos ante la parusía. Aborrecía a los paganos, les odiaba cuando reían jactanciosos al escuchar la predicación del advenimiento del Señor, odiaba sus caras ignorantes rebatiendo doctrinas en nombre de unos dioses de los que renegaban a placer y a los que cambiaban cada cuarto de siglo. De sufrir las persecuciones que la Iglesia había padecido, ni un mártir habrían tenido entre sus filas. Sí, indefectiblemente moriría por ver la cara de los paganos; al fin y al cabo, él tampoco obraba tan impíamente como para temer el juicio de Dios.
Idacio se impacientaba esperando al mensajero
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