Nombre:
Carolina Alcalá Núñez.
Origen:
Retamal de Llerena (Badajoz)
Identidad:
Poeta, Novelista, Gestora cultural...
Contacto
Alcalá Núñez, Carolina, nace en Retamal de Llerena (Badajoz) a los seis años se marcha a vivir a Guareña (Badajoz) donde despertará al mundo fantástico de la narrativa, lugar al que recurrirá frecuentemente en su poesía intimista y en gran parte de su obra. A los veintidós años se traslada a Torrejoncillo (Cáceres) donde desarrolla y cultiva el género epistolar. Cuatro años después se traslada a Madrid y se produce un compás de espera literario que emergerá con fuerza tras un largo periodo de discapacidad visual, que, paradójicamente, será el detonante que la empuje a la creación literaria como algo imprescindible, vital.
Alas del pensamiento, Canto sin voz, Y… el manantial brotó fueron sus primeros poemarios inéditos, pero no los únicos, porque a lo largo del tiempo la poesía ha estado presente y no solo en momentos puntuales. Subconsciencia y nocturnidad es el último poemario que no tardará en ver la luz. Aproximadamente por la misma fecha, la novela la sedujo y surgió Cirugía resolutiva, primera novela inédita. Después iniciaría sus pasos Algunos seres inhóspitos, libro que acabaría siendo publicado varios años más tarde.
En 1997se incorpora al taller de creación literaria de la O.N.C.E. en Madrid, ilusionante experiencia donde la creatividad encontró cauces hasta entonces vedados, entre otros, la magnífica invención de la tele lupa, instrumento que propiciaría su reencuentro con la letra impresa y otro gran hallazgo, un lector, que pese a su voz mecánica, va leyendo cuanto escribe en el ordenador.
Entre 1999 y 2000 participa en la Revista Literaria Pekuoz, ya desaparecida, con los relatos: Auratéluna desde las dos orillas, El señor del banco, Ganador en la sombra, Leer en los ojos, entre otros. Por su parte, Enfado y fuga del número 4, La aventura comenzó en el zoo, El regalo de los Tripopancitas, constituyeron cuentos dedicados a unos niños muy especiales.
Demasiado real para ser creíble, Laberintos de la genética, El ser oculto que nos habita, Catasiglos (un paseo por el tiempo), obras de teatro representadas en JAYN, “Jornadas de Arte y Naturaleza”. Toda una vida (Memorias de Cati) se edita en Madrid (2012) a través de la imprenta Serprin. El pájaro azul, Metamorfosis, Súplicas al mar, Me sumerjo, Ugarit… poemas musicalizados y cantados por Emilio Cabezas en recitales poético-musicales (Madrid y Extremadura).
De 2005 a 2011 coordina el taller de creación literaria y lectura en la Asociación Cultural "Despertar" en Madrid.
En octubre de 2007 apadrina la 1ª Feria del Libro de Guareña (Badajoz).
Artículo en la "Revista Historia de las vegas altas" julio 2018 Nº 11, cuyo título es: En memoria de Enrique Sánchez Valadés, habiendo participado al tiempo en el XXXII Certamen Literario Premios Tiflos, obteniendo el Premio Especial Poesía Tiflos 2018 con el poemario Alas del subconsciente, recientemente publicado por la editorial Círculo Rojo que en breve saldrá como novedad en diversos medios y antes de varias presentaciones en proyecto pendientes de fecha.
Colaboraciones:
Novela:
Artículos:
Poesía:
LA VOZ DEL TAJO NOTICIAS: nuestra gente
CONCURSO DE PERIODISMO: Relatos cortos.
“OTOÑO EN GREDOS” – 2013
El poder de las aguas, de Carolina Alcalá Núñez. Escritora extremeña residente en Madrid.
Reseña: Eusebio Vaquero Rubio
Por sus pinceladas que evidencian el valor de Gredos y de sus aguas, un mundo vivo, cuya belleza no se revela al primer golpe, sino que necesita una degustación reflexiva, propiciadora de un enamoramiento que no se interrumpirá jamás y justificadora de la consideración de que la sierra debe ser tratada con el respeto y la reverencia que con su trayectoria histórica Gredos se ha ganado.
Todas las cosas surgen del agua y con el tiempo vuelven a ella. En torno al agua surge este relato y el agua es también el hilo que une a todo el enclave de Gredos donde toman protagonismo las abruptas montañas, los ubérrimos valles, las fértiles llanuras y las historias aquí vividas. La narración, con aguda sensibilidad, aúna los paisajes naturales con los paisajes del alma. Con prosa directa y emocional incide en la suspensión de la realidad o, si se quiere, en el realismo mágico que a veces gobierna los relatos, en un paseo por los sueños que se produce en los cuentos.
Así lo hace Carolina Alcalá para quien escribir es amar.
DIENTES MÁGICOS
—Si escucháis un momento con atención, ¡os contaré lo más insólito que me ha pasado en todos los días de mi vida!
Cuando murió mi tío, éramos muchos sobrinos y poco a repartir. Acudimos como buitres, pues, aunque era sobradamente conocida su precaria economía, no faltó quien sospechaba que todo era una estrategia para no soltar, ni blanca.
Lo cierto es, que tras registrar su destartalada vivienda en régimen de alquiler, no encontramos más que trastos viejos, un triste canario en su jaula, e innumerables álbumes repletos de fotografías amarillentas. A continuación nos dispusimos a indagar en sus tarjetas y libretas bancarias, y la decepción fue aún mayor. Números en rojo por todo un abanico de entidades hacían suponer que había picado en todas. Mejor, ni aparecer, a lo peor nos tocaría incluso, apoquinar.
Pese a ello, hubo quien no se resignó y levantó algunas baldosas del pavimento que a golpe de nudillos parecían huecas. No era posible que el tío se hubiera fundido todo lo que ganó durante su etapa triunfante como boxeador de primera. Ya se sabe, opinó de repente mi hermana Carmen, que los haberes de esta gente son como los del sacristán, que cantando vienen y cantando se van.
Al fin desistimos; todo era tiempo perdido y salimos con las manos limpias. Bueno, lo de limpias... ¡kilos de jabón para sacarnos tanta porquería! Ya cerrando la puerta, una chaqueta vieja y polvorienta atrajo mi atención desde su percha. Era la que llevaba con asiduidad mi tío y la descolgué. Puedo ser un puto materialista, pero en el fondo algo de cariño notaba por aquel hermano de mi madre, que me hizo sentir importante en sus tiempos de gloria. Una cierta nostalgia se apoderó de mí y como recuerdo, me la llevé.
Una vez en casa, registré sus bolsillos, y en el más oculto encontré una cajita de metal con aspecto de haber sido manoseada asiduamente. La abrí, y unos dientes cantarines y bastante gastados mostraban orgullosos las huellas de la fuerte mandíbula que los llevó. Al principio sentí repugnancia, una dentadura siempre la provoca, pero acabé por sacarlos y apreciar con detenimiento sus engarces perfectos. La comparé con mi prótesis recién estrenada que me producía llagas por todas partes y un impulso irrefrenable me condujo a encajarla en mis encías. ¡Santo cielo! Me quedaba como un guante. Arrojé la mía y a partir de ese momento mi vida cambió.
Hoy se cumplen seis meses desde entonces y puedo decir que soy otra persona. Todo lo que como, me sabe a gloria. En la cama con mi piba, me dan un juego... ¡que no tiene precio. Estoy batiendo récords que creía insuperables sin que mi vitalidad decaiga. ¡Joder con el tío Eustaquio! ¿Quién le proporcionaría esta alhaja? Me da por pensar si en eso fue donde gastaría toda su fortuna! Pues... para nada fue una mala inversión, doy fe de ello. Últimamente, algo más calmado de tanto gozo, ando empeñado en descifrar las claves de sus mágicos poderes.
—¡Corta el rollo, fantasmón! –prorrumpió uno de los escuchantes.
—¡Vaya colocón te ha dejado el vinillo de pitarra! –opinó otro.
—¿Probamos a tirarlo al río a ver si se despeja? .dijo un tercero.
—¡No! ¡No, que no sé nadaaaaar!
Demasiado tarde; la zambullida fue de las que hacen época. Sus braceos por salir a flote producían el efecto contrario. Cuando uno de sus compañeros se disponía a rescatarlo, algo inaudito sucedió: su cabeza se alzó y sin el más leve movimiento flotó contracorriente en dirección a la orilla. Velozmente, acudieron en su auxilio; innecesario intento, porque el hombre llegaba a tierra con la destreza del ganador cien metros mariposa.
Instintivamente, los tres sujetos se abalanzaron sobre la boca del afortunado heredero, se la abrieron como quien inspecciona a un caballo. Pero con total autonomía, la dentadura la emprendió a dentelladas y, a día de hoy, tres años después, sus huellas continúan intactas en las manos invasoras.
¿QUE QUIÉN SOY YO?
¡Pluffff! Y la estatua del Dictador cayó. Ni el más ligero desperfecto en el bronce ni en su mirada de acero. Únicamente, el espíritu de las cavernas se estremeció, expandiéndose en partículas viscosas en la noche sin sueño.
Pero el fantasma de los hechos no se extingue por la mera ausencia del dominador. Allí mismo, o en cualquier otro lugar, emergen imperturbables los efectos físicos y en las conciencias de según quién… y, solamente la historia, también según quien la cuente, hará cumplido juicio y no siempre ajustado a la realidad. ¿Quién no conoce a oportunistas que sin temor de lo Divino ni de lo humano, tergiversan lo incontestable y, así se forran.
Pese a todo y en medio del guirigay que mentes no inocentes provocan en mí, testigo mudo, nadie puede persuadirme de que lo blanco es negro, o… lo negro blanco. Yo he visto a las víctimas, conozco sus nombres, he escuchado sus lamentos, sus miradas de espanto, y, también, ¿por qué no?, el aliento de los agradecidos de por vida pululando en el eterno espacio guardador de secretos.
¿Que quién soy yo? Yo soy un soplo de viento detenido. Soy el ojo de los Tiempos. Testigo mudo, que hoy ha decidido tomar la palabra.
NO ES PARA TANTO
Juanito Ortega transitaba calles y más calles atrapado por hondas cavilaciones. Acababa de abandonar una gestoría inmobiliaria y las astronómicas cifras que le dieron bailaban dentro y fuera de su cabeza con el vértigo de una frenética atracción de feria. Una cutre vivienda de escasos cuarenta metros, supondría nada menos que treinta y cinco años de agonía; y de pronto se oyó dándose ánimos apelando a su innato optimismo:
-No es para tanto, hombre. ¡Vamos a ver!, acabas de cumplir cuarenta, le añadimos treinta y cinco años de hipoteca y te pones en... Bueno, con un poco de suerte, ¡hasta puedes palmarla antes!
NO SÉ ¡NO LO SÉ…!
¡Madre mía, qué dolor de cabeza! Un día de éstos se me va a estallar. Debería escuchar a esa otra parte de mí, la del yo desaprensivo, despreocupado, que con razón me propone que le de menos vueltas a las cosas. Que el pensar tanto no es sano! Que sólo trae dolores de cabeza. ¡Pero esta tendencia mía por analizarlo todo, sentir los problemas ajenos como propios, no lo consiente ¡y así me va! Lo que sí creo es que soy un inadaptado incorregible y que debo haber nacido por error en un siglo que no es el mío. Me resulta imposible tender lazos, ser cómplice con los vientos que corren en este mundo deshilvanado e indiferente a quejidos ajenos.
Claro, que..., tampoco mi vida privada se rige por cauces definidos ni carece de incoherencias. Prácticamente asomado a la ventana de los cuarenta años y no acabo de dar el paso a emparejar por temor a equivocarme; así que tampoco ésta soledad mía es elegida. La felicidad la entiendo... bueno, la veo, algo así como un mito que remueve mi poso escéptico. Para mí, que es otra engañifa más, o a lo sumo, una extraña semilla que raramente prospera.
Desde luego que la porción de optimismo que me tocó en la ruleta genética..., ¡se las trae! Dentro de esa media absurda de las mediciones per cápita, alguien debió llevarse la gran tajada a costa mía y andará gozándolas con los prismáticos de un positivismo loco. Claro, que..., tampoco ayuda verme atrapado en este atasco infernal camino del aeropuerto, ¡mi gran fobia! Insoluble superar este pánico enfermizo a volar, hecho que no puedo eludir por razones de trabajo. , ¡qué demonios pintaré yo en convenciones acerca de los tejidos más absorbentes y delgados a emplear en compresas de última generación? Me siento tan ridículo hablando de las bondades de un producto que nunca he probado ni que nunca llevaré… que hasta dentro de mí el otro yo se carcajea mientras a duras penas sobrellevo este absurdo papel.
-¡Hijo de puta!
-¡Cabrón!
¡Hala! ¡Ya está liada! Nada como el tráfico para desatar todos los demonios y tensiones que cada hijo de vecino llevamos; pero afortunadamente yo, en esto al menos, las gozo callando. El silencio como respuesta deja descolocado al insultador de turno.
Ya está todo listo, el equipaje facturado y, como un fardo más, mis pies me llevan a la zona de embarque igual que cordero al sacrificio, sin otra solución que una buena petaca de bourbon, y antes de un repaso a la prensa, grogui hasta el aterrizaje.
Este nuevo inquilino de la Casa Blanca no tranquilizará hasta que la arme; y las marionetas de turno, danzando a su son…. ¡es, de pena! Si es lo que digo: en las elecciones Norteamericanas deberíamos votar todos los habitantes del planeta, puesto que de un modo u otro, las decisiones del mandamás acaban repercutiendo en todos. Malos tiempos para la lírica cantaron los poetas, y yo, añadiría… para la lírica, para la justicia, para la verdad, y, hasta para el buen gusto. ¡Pobre humanidad! ¡Si cuando pienso que he nacido en un siglo equivocado...! Si me hubieran dejado elegir, decididamente habría apostado por la época del Renacimiento.
Llevaba una semana en Nápoles y llovía, y llovía, de noche, de día, siempre llovía; las calles y plazas eran un lodazal. Pero eso a Beatriz no parecía importarle y bajo su capucha recorría cuantos lugares de interés o espectáculos llegaban a sus oídos. Su carácter intrépido le estaba dando oportunidades de lujo en aquel mundo deslumbrante, de puertas abiertas a los sentidos. Había llegado desde España acompañando a doña Elvira, esposa de un capitán de los ejércitos del Emperador en Flandes, ahora de parada forzosa debido a diversas heridas y agotamiento, y, habiendo requerido de su esposa cuidados y compañía, allí estaban. Pero la fogosa pareja, pese a la maltrecha salud del soldado, apenas si salían de sus aposentos; de ahí que ella dispusiera de tiempo casi ilimitado para sus aficiones.
Y de tal modo, toda la ebullición de la resurgente Italia del XVI, se le brindó esplendorosa a partir de los nuevos conceptos filosóficos, matemáticos, humanísticos y de las artes en general.
Sanado el herido y recuperadas sus fuerzas, se incorporó a su misión guerrera. Pero las mujeres decidieron quedarse una temporada, toda Italia era una tentación. Visitaron Venecia, Florencia, Milán, Roma… Elvira se había encaprichado con que el gran Rafael le hiciera un retrato, teniendo que guardar riguroso turno. Nuevas ocasiones para la ávida y curiosa Beatriz. Sus ojos, sus oídos, casualmente fueron testigos del borrascoso entendimiento entre Julio II y Miguel Ángel. Celos profesionales entre los afamados artistas, guerras de castas y linajes, acabando en sangre demasiadas veces, constatándose que la humanidad en cualquier siglo hizo de las suyas.
Ya el retrato de Elvira avanzado, en los ratos de descanso el artista buscaba conversación con Beatriz. Se entendían bien; aquellas escapadas por los vericuetos del alma creadora, pocas veces complaciente ni compasiva con uno mismo, ofrecían a la palabra del pintor la oportunidad de unos oídos expectantes ante su apasionamiento verbal; en tanto él, siempre activo, garabateaba sobre una superficie de tela. Finalizada la obra, Rafael pidió a Beatriz que le acompañara a dar un paseo por los jardines Rosetty, sería un bonito final. Y entre magnolios y cipreses, la besó sin que ella hiciera nada por evitarlo. Instantes después, las manos de la mujer recibían algo, lo desenvolvió y... ¡Era ella! En momentos de descuido había captado y capturado su rostro apresándolo en aquel cuadro para la posteridad.
-Señores pasajeros, ¡buenos días! Asegúrense de que tienen los cinturones perfectamente abrochados, en breves minutos tocaremos tierra.
Mis párpados se mueven aún cerrados; un no sé qué inconsciente les impide despegarse y no veo la razón; parece que he sobrevivido a un nuevo vuelo, debería estar saltando de contento, y sin embargo, sensaciones extrañas se niegan a entrar en la realidad. Al fin mis ojos recuperan las imágenes y quedan atrapados por la pantalla con su reclamo publicitario de la bella Italia. El museo de Florencia...¡Ahí va! Yo conozco a esa mujer del retrato que aparece en primer plano firmado por Rafael. ¡Dios mío, si es Beatriz! Es decir, soy... , ¿quién? No lo sé, no lo sé…¡ pero aquel beso de Rafael, ¡me encantó!