Luciano Feria nació en Zafra (Badajoz) en 1957. Ha publicado tres poemarios: El instante en la orilla (1989), finalista en los premios Ámbito Literario y Juan Manuel Rozas; Fábula del terco (1996 y 2002), Premio Vicente Gaos de Valencia en 1995; y De la otra ribera (2004). Incluido en algunas antologías literarias como Literatura en Extremadura, siglo XX (2010).
Panorámica poética de Extremadura (2012) o Poesía experimental española (2012).
Fue miembro de la Junta Rectora de la Asociación de Escritores Extremeños y secretario del Premio Dulce Chacón de Narrativa Española. El lugar de la cita es su primera novela. [Ficha del autor]
¿Dónde y cuándo comenzó todo? ¿Cómo te diste cuenta de que querías escribir?
Cuando pienso en mi relación con la escritura, no sé si porque ya la trayectoria está recorrida o porque verdaderamente hay un fundamento real, me convenzo a mí mismo de que todo ha sido obra del destino. El destino, eso sí, como semilla, como vocación, como un proyecto genético que, de no haberme esforzado en cultivar, también hubiera impedido mi propio desarrollo íntegro como persona. Y digo esto porque, para mí, hasta que no comprendí que tenía que obedecer el impulso de ese destino, la escritura no ha sido nada fácil en ningún sentido. Desde bien joven, siempre dudé de mi talento como escritor (y aún hoy me asalta la incertidumbre) y muchas veces fueron circunstancias externas las que me animaron a proseguir cuando me encontraba dispuesto a tomar otros derroteros: nunca olvidaré, por ejemplo, la llamada por teléfono de Francisco Brines a los tres o cuatro años de haberse publicado El instante en la orilla, precisamente en uno de esos momentos de crisis aguda; o, por supuesto, en los inicios, el empujón del premio Ruta de la Plata, uno de cuyos beneméritos creadores, por cierto, nuestro inolvidable Joaquín García-Plata Quirós, ha fallecido lamentablemente hace unos días. En fin, contestando a tu pregunta concreta, todo empezó en la adolescencia, eso lo recuerdo bien, como una necesidad imperiosa, tras leer a Jorge Manrique y a Antonio Machado, de expresar también yo mi desamparo por la pérdida, años atrás, de mi abuelo Luciano, y, luego, un poco más adelante, ya en la universidad, como búsqueda de una síntesis emocional y una perentoria comprensión de la vida (y de su sentido: yo había perdido la fe religiosa) cuando se produjeron simultáneamente el acontecimiento del amor y el desgraciado fallecimiento de mi padre, y todo ello mientras leía con pasión a Juan Ramón Jiménez y a Jorge Guillén.
¿Tienes algún lugar concreto donde te gusta trabajar?
Sí, nada particular. Trabajo en mi estudio de casa, donde también lo hacía cuando era profesor y donde me paso leyendo todas las horas que puedo. Con respecto a la escritura, y aunque a veces no queda más remedio que aprovechar los huecos que nos deja la vida cuando a ella se le antoja, sí he de precisar que lo que más me gusta es escribir por las mañanas, un hábito que adquirí cuando me incorporé a las clases nocturnas allá por el 92.
¿Cómo has conseguido publicar tus libros?
Pues cada uno tiene su historia. El instante en la orilla, por ejemplo, lo publicó la Diputación Provincial de Badajoz, adonde lo envié, tras ser finalista en dos premios, cuando Manuel Pecellín y Francisco Muñoz, a los que no conocía entonces, eran los encargados de las publicaciones. En cambio, mi llorado amigo Ángel Campos, sabiendo que yo estaba atascado y era incapaz de terminar el poemario (me faltaban dos partes), se empeñó en publicar De la otra ribera en Del Oeste Ediciones sin que el libro estuviera acabado según mi proyecto (él opinaba todo lo contrario). Fábula del terco se publicó gracias al Premio Ciudad de Valencia, y, en fin, en relación con El lugar de la cita, editado por RIL Editores, ha sido providencial que su director en España, Paco Najarro, también poeta, sea de Zafra.
¿En qué género te encuentras más cómodo?
Yo me considero ante todo poeta. Pero un poeta (ahora lo puedo saber a ciencia cierta) claramente narrativo, un creador híbrido, mitad lírico y mitad épico; de hecho, mis tres libros de poesía tienen ese componente de relato muy acentuado (los tres tienen argumento, trama), están escritos en versículos, e incluso los propios poemas fueron haciéndose cada vez más largos al mismo tiempo que se acentuaban elementos anecdóticos y ficticios. Así que mi paso a la novela (una novela, por cierto, también trufada de ensayo) se produjo de una manera natural. Ahora estoy embarcado en una nueva novela, y es este el cauce gracias al cual creo que puedo ir completando mi visión de la vida. Tal como vivo mi relación con la escritura, me parece que mi forma de escribir ha ido evolucionando a través de etapas genéricas (sutilmente diferentes dentro de la propia poesía y con un carácter más radical entre la poesía y la novela) de acuerdo con la fase del proyecto que estaba realizando, pero siempre con esa unidad de fondo de ser poeta en mi esencia. Por eso considero mis libros como un solo libro más allá de los géneros convencionales (capítulos, podríamos decir, de un mismo texto), y de ahí que trabaje ahora con la conciencia de estar elaborando una hexalogía dividida en ciclos. Todo esto lo vio estupendamente el profesor Miguel Ángel Lama desde el principio, cuando publiqué mi segundo poemario.
¿De dónde dirías que parte la inspiración?
Bueno, en cierto modo, con lo que estoy comentando, puede verse que, para mí, el impulso de toda la escritura ha sido un proyecto que empezó allá por 1978. Por supuesto, todo lo que me ha acontecido a lo largo de estos años (y lo que sucede en el mundo) es la experiencia de la que se nutren mis libros: la infancia, el amor, el problema del tiempo y de la muerte, Dios, el arte… Pero ha sido la interiorización de un proyecto la fuente de toda mi aventura. ¿En qué ha consistido este proyecto? Al principio se me presentó de una forma muy intuitiva y luego ya de una manera muy consciente. Ahora lo podría resumir como la necesidad de comprensión progresiva de la vida, la búsqueda y la esperanza de su sentido, la reflexión sobre la función del arte con respecto a nuestro lugar en el mundo, y, lo más importante, el deseo de alcanzar todo ello con la suficiente intensidad y verdad como para ponerlo en práctica, de manera coherente, en mi vida cotidiana. Es decir, resumiendo aún más el proyecto, este ha consistido en la necesidad de que la literatura y el arte contribuyeran a mi proceso de personalización, ese sí-mismo (inseparable de la otredad) del que hablaba Jung.
Cuenta brevemente una anécdota real que haya pasado a formar parte de tu obra literaria
La verdad es que, si lo pienso, pocas cosas importantes de mi vida, de mis emociones más personales e íntimas, las que tienen relación directa con el alma, han quedado fuera de mis textos. Entre otras muchas dimensiones, siempre he sentido la literatura como un privilegiado espacio para el rescate de lo vivido, una especie de segunda oportunidad, gracias a la cual revivir, recordar (pasar de nuevo por el corazón) nuestra existencia, indagando en su sentido, de tal manera que, desde esa memoria tan significativa, fuera posible la integración armónica en mí mismo y en la propia vida, acudir, aunque poco a poco y a trancas y barrancas, con sus vaivenes correspondientes, a su llamada de plenitud. ¿Qué podría seleccionar así, a bote pronto? Pues no sé: ha habido de todo, desde anécdotas graciosas, como aquella de una vaca de la calle Almendro que salió detrás de mí cuando, siendo yo niño, aspiraba a torero y, claro, una espantada tan bochornosa me convenció de que sería preferible encauzar por otros medios mis ansias artísticas, hasta momentos definitivos en relación con la conciencia (la víspera de Reyes de 1965, cuando fui con los amigos a ver la cabalgata y así se terminaron las ceremonias anuales que organizaba mi abuelo en casa haciéndose pasar por los Magos de Oriente), o episodios tanto luminosos (la plenitud del amor) como dramáticos (la muerte de seres muy queridos). La figura de mi padre, en este sentido, es omnipresente en todos mis textos, y creo que fue su desaparición, muy joven, la que ha condicionado toda mi escritura.
¿A qué dedicas el tiempo libre?
Bueno, teniendo en cuenta que soy una persona muy hogareña y que estoy (estamos Rosa y yo) viviendo de una manera absolutamente plenaria la prodigiosa etapa de la abuelidad gracias a Clara, a Martín y a Pablo, lo correcto sería considerar como tiempo libre el que dedico a la escritura y a la lectura (¡y a los compromisos!). Excepto las caminatas de las mañanas, una película por las noches y algún que otro partido de tenis (como espectador, claro), pocas otras aficiones puedo cultivar a lo largo del día. Siempre me ha gustado mucho escuchar música, pero ahora mismo me es imposible, entre otras cosas porque soy incapaz de hacerlo mientras leo o escribo.
De tus libros, ¿con cuál te quedarías o cuál corregirías en profundidad?
Con solo cuatro libros publicados a mis sesenta y cinco años, no sé yo si no sería un lujo impertinente andar seleccionando entre mis criaturas. Pero sí, es verdad, da la sensación de que nos pasa lo mismo a todas las escritoras y escritores: cada texto tiene su historia emocional y lingüística propia, establece vínculos afectivos con la memoria creadora, y, finalmente, con independencia del acierto o no de nuestro juicio particular, surgen las preferencias. En este sentido, siempre me acuerdo de García Márquez, quien aseguraba no comprender demasiado el éxito de una novela como Cien años de soledad. En mi caso, lo que puedo comentar es lo siguiente: de El instante en la orilla estuve muy pronto y durante mucho tiempo insatisfecho hasta que en 2020 pude corregirlo a fondo cuando RIL me ofreció la edición en un solo volumen de los tres poemarios. Quedé, por fin, bastante conforme, aunque no lo he vuelto a leer por si acaso. No me fío un pelo. Con los otros, exceptuando algún que otro detalle sin importancia (al menos para mí), estoy más contento, si bien tendría que establecer distintos matices afectivos. Sentí, por ejemplo, el milagro de la inspiración (y la experiencia, por tanto, de que la escritura germina en espacios transpersonales) en Fábula del terco, hasta el punto de que el libro cambió por completo mi vida, creo que se produjo con él una auténtica metanoia. El agradecimiento que guardo a este poemario (más allá de la mera satisfacción por su hipotética calidad) se parece mucho al que se siente por alguien a quien se debe todo cuanto uno es. En cambio, De la otra ribera supuso una aventura metafísica por encima de mis capacidades psíquicas y orgánicas, fue un ensayo tan radical que el sufrimiento provocado superó los límites de lo exigible a cualquier autor. Ya que lo confieso, lo explicaré con una mayor claridad: olvidé (o, temerario, quise olvidarlo) el aviso místico de que la vía unitiva solo llega a la persona como una donación o una gracia, no por el esfuerzo voluntarioso. Por último, siento El lugar de la cita como el libro, el encuentro, al que me dirigía como ser humano y como escritor desde que tuve conciencia de mí y fui desarrollándome como persona a través de la literatura, el arte y el conocimiento en general. Sin duda, es el libro de mi vida en los dos sentidos del término: en él se recoge mi vida de una manera radicalmente sincera, y él es también el texto que culmina el viaje a la médula de mi experiencia creadora.
¿Tienes alguna sugerencia para quienes están comenzando?
No sé, la verdad; y tal vez ni siquiera sea yo, con una obra tan corta, el escritor más indicado para dar consejos. Sí podría decir que he intentado ser lo más coherente posible con mi concepción de la literatura y del arte como espacio de revelación de lo sagrado y que, por tanto, he buscado la autenticidad por encima de otras cuestiones. También podría hablar de paciencia, de fe, amor, entrega… pero, claro, supongo que la experiencia artística, como tantas en la vida, depende de cada persona y es única e intransferible.
¿Cómo te comunicas con tus lectores?
La recepción de cada uno de mis libros ha dado lugar a respuestas de lo más variadas: llamadas telefónicas, cartas o correos electrónicos, comentarios personales, noticias de gentes a quienes no conozco, wasaps, artículos de prensa, etc., etc.
Son en su mayor parte reacciones concretas (la mayoría muy satisfactorias, he de decirlo) en relación con cada texto, no una correspondencia permanente o “formal” sobre la “obra”. Algo que también me gusta mucho, tal vez por mi condición de profesor de secundaria, es el contacto con el alumnado de los institutos, algunos de cuyos encuentros, gracias a la preparación previa en las clases, resultan de lo más motivadores: este año he vivido experiencias preciosas en Zafra, Don Benito y La Fuente. Y, en fin, como una gran parte de mis lectores son también escritores o escritoras a quienes me une una gran amistad, los intercambios de libros son tan frecuentes como fructíferos. Lo que no utilizo es Facebook, si bien, así y todo, me llega de vez en cuando algún comentario suelto.
¿Qué estás leyendo en este momento?
He terminado hace unos días el último poemario de Ada Salas, Arqueologías, un texto bellísimo, como todos los suyos, que es capaz de crear un tiempo distinto al cotidiano, situarse en el límite (o tal vez en el propio centro) del misterio sagrado de la vida. Y estoy también leyendo dos libros, en principio muy diferentes, pero entre los que pueden encontrarse vínculos profundos, ya que los dos abordan, en su fondo, la enorme crisis que atraviesa nuestra cultura. Uno es el famoso ensayo de Shoshana Zuboff, La era del capitalismo de la vigilancia, un análisis lúcido y pavoroso del nuevo capitalismo, que, gracias a la aceleración tecnológica, está reduciendo a los seres humanos a materia prima y luego a mercancía. Es terrible: no se trata ya solo de que Google sepa todo de cada individuo para venderlo a las empresas anunciantes; es que va a moldear y modificar nuestras almas para que consumamos y actuemos según los intereses de toda clase de poder. El otro libro es un texto singularísimo y brillante, EndLove, un ensayo con elementos de ficción y atravesado de lirismo (en realidad es un libro agenérico) que, a través del fin de una historia amorosa, deconstruye toda la cultura occidental. Es la primera entrega, pero ya muy madura, de la zaragozana Patricia Blanco, y, desde luego, yo no dudaría en recomendárselo a toda aquella persona que se interese por la lucha interior, real, titánica y sincera que supone el empoderamiento de la mujer.
¿Podrías compartir con nuestro blog algún texto cuyo escenario o motivo sea extremeño?
Por supuesto, claro que sí, y con mucho gusto. Como he comentado antes, toda mi escritura está llena de alusiones a mi vida y, por tanto, a mi querida Zafra, así que tengo donde elegir. Por ejemplo, el penúltimo poema de Fabula del terco, el paseo por la ciudad de un hombre renacido que contempla (ya de otra manera) los lugares más emblemáticos de su existencia: la calle Sevilla, la calle Jerez, la Callejita del Clavel, el Parque de la Paz, la Plaza Grande… Es un texto al que tengo un especial cariño.
VAS recorriendo calles encaladas, plazas y arcos, fuentes; te llega —como una bocanada de tiempo— la frescura y la calma de un alcázar; cruzas entre edificios nuevos, amplios solares con sombras de alarifes; te detienes en casas, casas viejas que ocultan —con el aroma antiguo y de la luz— imágenes vividas, turbación en el pecho; te paras a menudo en los escaparates; compras algún perfume; charlas con los amigos del calor de este año
—o de cuáles son los poemas más bellos de los hombres—
y sientes sobre todo amor; ahora, amor
—consentimiento—
a tanta ofrenda de vida, a tanta profundidad de barro como nos traen las manos.
¿Dónde quedó aquel miedo que sentiste en los amaneceres? ¿Dónde, tu pesimismo sobre el significado?
Vas recorriendo ahora recientes avenidas, parques, rincones, calles que acogen tiernas el volumen redondo; entre flores y rejas, el tránsito de la luz,
y no interrogas al aire sobre el misterio o la mentira del agua, ya no pides al monte un crecimiento rápido y espeso de los árboles, ya no te gritas dentro con la boca de arena
quién ignora en el cielo el vértigo de tu altura, quién ignora en la tierra el calor de tu incendio,
y no pides al mar dónde están sus orillas,
pues sabes que el hombre es viento en ronda por el año.
Al fin, oyes la voz que dice
entrégate, entrégate, y nada hay tan hermoso en el mundo como hundirse en el ritmo del verbo que te llama; en ese instante, hundirse en el ritmo sosegado de la transparencia; nada, como el valor tan hondo de unos ojos de niño
que te ha traído la palabra lenta de tu memoria, que te ha devuelto tu melancolía.
Y han regado —hace poco— toda la amplitud de la plaza.
“Es esta nuestra gente, amor mío; nuestra ciudad es esta”.
Recomienda un texto (poema, cita, párrafo) de un escritor de Extremadura o que haya escrito sobre Extremadura.
Qué difícil es elegir aquí, ¿verdad? Afortunadamente hay tantos y tan buenos que casi me resulta imposible hacerlo. Y digo casi, porque, ya que en la respuesta anterior el texto elegido se sitúa en Zafra, se me ocurre que podríamos seguir en el mismo espacio haciendo ahora el recorrido de la mano de nuestra añorada Dulce Chacón y de la de su propia hermana, Inma. Entre las dos han configurado una preciosa ruta literaria de su ciudad natal con Cielos de barro y La princesa india respectivamente, y, de hecho, hubo en tiempos un programa educativo regional y nacional que permitió a alumnos y alumnas de toda España conocer Zafra al hilo de estas novelas. Puedo dar fe (hice muchas veces de cicerone) de que todo el mundo se iba encantado. Quisiera, por otra parte, añadir una cosa más sobre Extremadura como espacio literario: produce una inmensa satisfacción comprobar cómo, frente a ciertas opiniones agoreras de algunos literatos castizos de finales de los setenta, la literatura extremeña ya normalizada, según la feliz expresión de Gonzalo Hidalgo, no solo no se ha desentendido para nada de su lugar de origen, sino que, precisamente por haberse normalizado (¡y con qué calidad!), por haberse descastizado, esa Extremadura incorporada de forma tan natural a los textos adquiere hoy un relieve mucho más significativo y valioso.
Cuéntanos qué tienes ahora entre manos
Pues, como he comentado antes, sigo trabajando en el proyecto de la hexalogía. Terminado ya el primer ciclo, titulado Sentido y melancolía, compuesto por mis tres primeros poemarios, y escrita El lugar de la cita, la primera novela del segundo ciclo (La ciudad y la siembra), estoy embarcado ahora en la segunda, Colonizaron nuestras almas, donde necesito desarrollar el problema social y ético derivado de aquellas aproximaciones al sentido.
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